El humor es mucho más que reír. Implica entrar en un estado de profunda satisfacción, de alivio del espíritu y de relajación. Pocos artistas permiten alcanzar ese paréntesis en la locura diaria con mayor eficiencia y calidez que Les Luthiers, cuya entrañable relación con Tucumán los lleva a llenar cinco teatros Mercedes Sosa (8.000 personas en total), con la función de hoy, que cierra su ciclo.
Lejos de ser una despedida, es prender el reloj para que vuelvan a correr los días hasta su regreso. Se los recibe como si fuesen hijos pródigos, al igual que en cada lugar donde actúan. Es que el arte que han logrado desarrollar es universal y sin fronteras. Si Soda Stéreo hizo conocer en el mundo al rock argentino, como se resaltó con la reciente muerte de Gustavo Cerati, Les Luthiers lo hizo con el humor de factura local. Ese antes y después marca, en sí mismo, un límite: no habrá ninguno igual, aunque muchos puedan intentar aprovecharse de ese logro.
Los cinco genios son los rockstars nacionales de la carcajada. Cada una de sus actuaciones reafirma la relación entre ellos y un público devoto, fiel e incondicional, con una legión de admiradores que se renueva constantemente, y que los espera a la salida para sacarse una foto con ellos o que le firmen un disco o un libro. Que hayan pasado 47 años de su debut implica que hay cuatro (rumbo a cinco) generaciones rendidas a sus pies, que se saben de memoria sus temas emblemáticos y sus gags.
¿Importa acaso, entonces, que hayan traído “Lutherapia”, un espectáculo estrenado en 2008, que muchos de los que lo ven ahora ya lo hicieron antes? Estar es compartir un espacio común entre fanáticos que los aplauden con entusiasmo y de pie, tanto por la propuesta coyuntural como en homenaje a todo lo dado y lo que darán.
La sorpresa no es escuchar una la canción nueva, sino alcanzar ese instante único de verlos en vivo, de sentir la satisfacción recorriendo el cuerpo, de poder admirarlos en directo. Es concretar un ritual que uno quiere que nunca acabe.